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Un ‘road trip’ por tres grandes lagos del norte de Italia

Muchos escritores, de Goethe a Hemingway, han alabado los lagos italianos por su enorme belleza. Bordeados de espectaculares montañas nevadas y con lujosas villas, coquetos pueblos y flores por todas partes, son un lugar que merece la pena visitar. Si en el lago Maggiore, los palacios de las islas Borromeas forman una flota de hermosos bajeles en el golfo; en las frondosas laderas del Como se esconden las villas de los jeques árabes y escenarios de películas de James Bond; y el de Orta puede ser un lugar perfecto para perder de vista a muchos turistas. Pero este viaje no trata solamente de lagunas, en el recorrido también destacan las ciudades y los pueblos de Stresa, Varese, Bellagio o Bérgamo.

Una semana puede ser suficiente para hacer un road trip por la zona septentrional del país transalpino en el que no faltarán historia, naturaleza, buena comida y unas notas de lujo. Y si se hace en primavera, con las flores en todo su esplendor, puede ser una experiencia sublime.

Stresa, el lago Maggiore y las islas Borromeas, un inicio de lujo

El lago Maggiore es un buen punto de partida porque ha conservado el ambiente belle époque de sus días de esplendor. Por su clima suave y su fácil acceso en ferrocarril, desde 1855 la alta burguesía europea empezó a comprar y construir villas en su orilla. Las mejores se concentran en la pequeña y elegante población de Stresa. Con un bote se llega fácilmente a las islas Borromeas y sus palacios, las principales atracciones de la zona.

El Grand Hotel et Les Borromees ocupa un palacio en Stresa a orillas del  lago Maggiore.
El Grand Hotel et Les Borromees ocupa un palacio en Stresa a orillas del lago Maggiore.Alamy Stock Photo

La Isola Bella fue llamada así en honor a la esposa de Carlos III Borromeo, Isabella D’Adda, en el siglo XVII. En esa época se construyó el Palazzo Borromeo con la intención de dar a la isla la apa­riencia de un navío, con la villa en la proa y, como popa, los jardines repartidos en 10 terrazas. El palacio presume de sus ilustres huéspedes (Napoleón Bonaparte y Josefina o Carlos de Inglaterra y su entonces esposa Diana de Gales) y de sus innumerables obras de arte: en la Galleria dei Quadri se expone una colección de grandes maestros como Rubens, Tiziano, Veronese o Mantegna. Además, por toda la villa hay obras de valor inalculable, desde tapices flamencos a esculturas de Canova. Por último, el jardín es una de las mejores muestras del barroco italiano.

Los jardines del Palazzo Borromeo, en Isola Bella.
Los jardines del Palazzo Borromeo, en Isola Bella.Alamy Stock Photo

La isla Madre, en cambio, tiene un ambiente menos ostento­so, más romántico y familiar. Todo el terreno está ocupado por el Palazzo Madre, de los siglos XVI y XVII, y sus íntimos jardines de estilo inglés. Por ellos pasean pavos reales blancos y faisanes, aunque lo más llamativo es el teatro neoclásico de marionetas diabólicas.

Y aún nos quedaría por asomarnos la isla Superior (o Isola dei Pescatori) que, a pesar de no tener ningún punto de especial interés, aún conserva gran parte de su ambiente rural original. Lo que muchos visitantes hacen aquí es una escala para comer en sus restaurantes, concentrados en torno al embarcadero, que sirven pescado fresco del lago a la parrilla.

Por último, desde Stresa, se puede contemplar el lago y ver cómo el sol se eleva sobre el agua al amanecer. Además, se puede explorar el laberinto de sus calles empedradas o subir en funicular hasta la cumbre del monte Mottarone, con unas vistas espectaculares.

El funicular hasta la cumbre del monte Mottarone sobre las aguas del lago Maggiore.
El funicular hasta la cumbre del monte Mottarone sobre las aguas del lago Maggiore.Alamy Stock Photo

Un breve desvío para disfrutar del lago de Orta

Desde Stresa, el recorrido sigue hacia el norte bordeando el lago Maggiore. Pero, si hay tiempo, antes merece la pena desviarse hacia el de Orta, separado del primero por el monte Mottanore (1.492 metros) y envuelto en tupido bosque. Una parada obligada es el pueblo medieval de Orta San Giulio, en la isla de San Giulio. El lugar cuenta con casas color pastel, tejados de pizarra y con una basílica románica, la de San Giulio, que sorprende por sus frescos. Un sendero conocido como Via del Silenzo rodea la isla e invita a pasear con una tranquilidad absoluta.

La isla de San Giulio, en el lago de Orta.
La isla de San Giulio, en el lago de Orta.Alamy Stock Photo

Algunos viajeros llegan hasta aquí atraídos por la buena mesa del restaurante Al Sorriso, situado en la localidad de Soriso, a menos de 10 kilómetros al sur de Orta San Giulio. Su aspecto modesto esconde uno de los pocos restaurantes de Italia con tres estrellas Michelin. Con la chef Luisa Marelli al frente, sus platos son una fusión de sencillez y sofisticación, cocina piamontesa e influencias mediterráneas que da valor a los productos locales, como los quesos, las setas de montaña o la exquisita ternera Fassone de Piamonte.

El pueblo medieval de Orta San Giulio, en la isla de San Giulio.
El pueblo medieval de Orta San Giulio, en la isla de San Giulio.Alamy Stock Photo

Verbania y Cannobio, rumbo al norte por la orilla del lago Maggiore

Siguiendo el camino hacia el norte, la siguiente parada es Verbania. Ciudad que fue fundada en 1939 con la fusión de, hasta entonces, dos villas separadas: Pallanza, un laberinto de sinuosas callejuelas y lugar de embarque a las islas Borromeas; e Intra, con un puerto mayor y más moderno para los ferris. Ambas pasaron a ser barrios de la nueva ciudad. En este lugar sorprende el decinomónico jardín botánico Villa Taranto. En 1931, el arquero real y capitán escocés Neil Boyd Mc Eacharn compró la villa a la familia Saboya y empezó a plantar 20.000 especies vegeta­les. Hoy es uno de los mejores de Europa y se disfruta especialmente en abril, cuando miles de tulipanes florecen en todos los colores.

El jardín botánico Villa Taranto, en Verbania (lago Maggiore).
El jardín botánico Villa Taranto, en Verbania (lago Maggiore).Alamy Stock Photo

Desde Verbania, los 20 kilómetros que quedan hasta Canobbio son los más bonitos de la ruta al estar junto a la ribera y con vistas del otro lado del lago. Resguardado por una montaña y a los pies del valle Cannobina, este pueblo medieval está a solo cinco kilómetros de la frontera con Suiza. La influencia del país vecino se nota los domingos en la plaza principal, rodeada de bonitas casas de color pastel, en la que tiene lugar un mercado al que acuden muchos visitantes suizos. Sus restaurantes y hoteles son también de los mejores de la zona, así que no faltan los turistas. Además, muchos consideran el lugar como el pueblo más bonito del lago Maggiore.

Algunas de las propuestas que Cannobio ofrece son el surf de remo, el piragüismo o la vela. Incluso hay quien se anima a navegar hasta las ruinas de los Castelli della Malpaga, situadas en dos islo­tes rocosos al sur del pueblo. También se puede disfrutar de la belleza natural del valle Canno­bina recorriendo alguno de los senderos que comienzan en la población y se adentran en el bosque hasta las laderas de Malesco, otra localidad italiana. A lo largo de 2,5 kilómetros del valle, específicamente en la localidad de Sant’anna d’Alfaedo, el torrente se abre paso a través de un estrecho desfiladero conocido como Orrido di Sant’anna, con un puente románico en su par­te más estrecha.

El embarcadero para el ferri en la localidad de Cannobio, en el lago Maggiore.
El embarcadero para el ferri en la localidad de Cannobio, en el lago Maggiore.Alamy Stock Photo

Varese, la capital del veraneo milanés

Después de rodear todo el lago Maggiore, el viaje continúa hacia el sur hasta Varese, la capital de la provincia homónima al sur de los montes de Campo dei Fiori. En el siglo XVII los nobles milaneses empezaron a construir aquí segundas residencias, como el lujoso Palazzo Estense, terminado en 1771 para Francesco III d’Este, el gobernador del ducado de Milán. Aunque no está abierto al público, sí que se puede pasear por sus jardines de estilo italiano.

El santuario de Santa Maria del Monte, en Varese.
El santuario de Santa Maria del Monte, en Varese.afinocchiaro (Getty Images/RooM RF)

Al norte de la ciudad hay otra espectacular mansión que sí se puede visitar: la Villa Panza. Fue dona­da al Estado italiano en 1996, junto con los 150 cuadros de pintores contemporáneos —casi todos de artistas estadounidenses posteriores a la II Guerra Mundial— que formaban la colección de Giuseppe Panza di Biumo. Una de las salas más bonitas es el Salone Impero, de 1830, con lámparas de araña y cuadros del californiano David Simpson.

En Verase estamos a menos de 30 kilómetros del lago Como, el corazón de los grandes lagos del norte de Italia.

El corazón de la Italia septentrional: el lago de Como y la ciudad a la que da nombre

Vista aérea de la catedral de Como, en la localidad italiana homónima.
Vista aérea de la catedral de Como, en la localidad italiana homónima.Alamy Stock Photo

Encajado entre empinadas laderas cubiertas de bosque y a la sombra de los nevados picos de los Alpes, el lago de Como es el más espectacular de los tres lagos italianos. Con forma de Y invertida, en sus orillas aparecen pueblos diseminados como es el caso de Como. La villa, construida en el apogeo de la industria de la seda, es una ciudad elegante que sigue siendo uno de los principales fabricantes de productos de seda de Europa. En el Museo della Seta se desentraña su historia industrial y en la tienda A Picci se pueden comprar corbatas, pañuelos y tejidos de calidad. A pesar de que de los cientos de casas de seda que había quedan muy pocas, estas aún siguen dando empleo a buena parte de la población. Además, la ciudad presume de tener la mayor concentración de talleres de diseño textil del mundo.

Tras deambular por las calle­juelas del centro medieval, se pue­de recorrer la Passeggiata Lino Gelpi, donde están las mansiones, hasta llegar a la Villa Olmo, un emblemático edificio levantado en 1728 por la familia Odescalchi, pariente del papa Inocencio XI. En la actualidad, alberga exposiciones. Los domingos se puede continuar el paseo por los jardines de la Villa del Grumello y la Villa Sucota por el llamado Chilometro della Conoscenza (Kilómetro del conocimiento, en español). Al otro lado del puerto deporti­vo, el funicular Como-Brunate sube monte arriba hasta el pueblecito de Brunate, desde donde las vistas son espléndidas.

Los 32 kilómetros que separan Como de Bellagio son es­pectaculares: una carretera angosta que baja en picado y en zigzag junto a la orilla, para elevarse ofreciendo vistas panorámicas del lago.

Bellagio, un pueblo de postal para los amantes de los jardines

Una de las calles del centro de Bellagio, pueblo a orillas del lago de Como.
Una de las calles del centro de Bellagio, pueblo a orillas del lago de Como.Alamy Stock Photo

Es imposible resistirse al encanto de Bellagio, junto al lago de Como, con sus barcos, su laberinto de escalinatas de piedra, los edificios de tejados rojo y contraventanas verdes, los bosques de cipreses y sus jardines llenos de rododendros. Esta es la imagen de postal de Bellagio, aunque, los fines de semana, está lleno de turistas. La mejor recomendación, si se puede, es acercarse fuera de temporada. Los jardines de Villa Serbelloni son especialmente bonitos y ocupan gran parte del promontorio sobre el que se asienta la ciudad. Otra opción es pasear por los jardines de la mansión neoclásica Villa Melzi D’Eril. Este lugar, construido en 1808, fue el primer parque de estilo inglés del lago de Como y está lleno de estatuas clásicas que se asoman entre las azaleas. El camino que lleva a esta villa bordea el lago de Camo desde los muelles del ferri hacia el sur, regalando vistas de las lujosas residencias de las riberas.

La mejor forma de disfrutar Bellagio es pasear por el pueblo y sus alrededores, que esconden lugares donde perderse como Pescallo, una antigua aldea de pescadores a un kilómetro del centro; o el vecindario de Loppia, con la iglesia románica de Santa Maria. Y, si se busca algo más divertido, la empresa Barindelli tiene lanchas rápidas para navegar y disfrutar del atardecer. Para los que quieran dedicar unos días al senderismo, también hay opciones. Por ejemplo, el camino de la Strada Regia que une Como y Bellagio pasando por los pueblos de Torno y Lezzeno.

Tremezzo y Varenna, mansiones y jardines a orillas del Como

También al borde del Lago de Como, en su parte central y frente a Bellagio, otros dos pueblos se disputan los encantos y los visitantes: Tremezzo y Varenna.

En el primero la culpa la tiene Villa Carlotta, una mansión del siglo XVII con jar­dines botánicos, pérgolas de naranjos entretejidos y ro­dodendros, azaleas y camelias. La casa, decorada con pinturas y esculturas de alabastro —destacan las del escultor y pintor Antonio Canova—, debe su nombre a la princesa prusiana que recibió la villa en 1847 como regalo de bodas de su madre, tras su enlace con Bernardo III. El otro gran atractivo de Tremezzo es más reciente: el restaurante Al Veluu, situado en una empinada ladera y con vistas panorámicas al lago desde su terraza. En el lugar se sirven platos caseros con productos de temporada.

En la orilla opuesta, Varenna es otro pueblo encantador salpicado de villas. Sus casas de colores pastel ascienden por la empinada ladera y sus jardines y caminos rebosan de flores. Una serie de calles-escalinatas ruedan colina abajo hasta la orilla. A mitad de camino, está la calle principal, que es peatonal y, más arriba, un camino pasa por las dos mansiones más lujosas de pueblo: Villa Cipressi, convertida en un hotel de lujo; y Villa Monastero, un antiguo monasterio convertido en residencia particular en el siglo XVII. En ambos sitios se puede caminar por sus exuberantes jardines, y en la segunda mansión, se pueden visitar las estancias palaciegas.

Un sendero en Varenna para recorrer a pie el lago de Como.
Un sendero en Varenna para recorrer a pie el lago de Como.Richard Bailey (Getty Images/Corbis Unreleased)

Otra propuesta es pasear por el camino bordeado de flores desde Piazza Martiri della Libertà hasta los jardines de la Villa Cipressi o lanzarse a una excur­sión de 40 minutos hasta el Castello di Vezio, del siglo XIII. En este último lugar destacan los tejados de terracota de Varenna, los cuales formaban parte de una cadena de torres de vigilancia medievales que ahora acogen exposiciones temporales vanguar­distas y espectáculos de cetre­ría.

La ruta continúa hacia Lecco, en el sureste de Como. Al igual que en el tramo Como-Bellagio, la carretera discurre abrazando el lago y ofrece vistas espectaculares por todo el trayecto de 20 kilómetros. Una vez en Lecco, solo quedan los últimos 40 kilómetros para llegar a Bérgamo, el último punto de este road trip italiano.

Bérgamo y su Piazza Vecchia, la más bonita de Europa según Le Corbusier

Bérgamo es una de las ciudades más interesantes del norte del país. Siempre ha sido un importante núcleo comercial de textiles y metales, y es el guardián de la llanura lombarda. Aunque en días despeja­dos se vean los rascacielos de Milán, históricamente Bérga­mo está más ligada a Venecia y esto se aprecia en la arquitectura de su Piazza Vecchia y en las murallas, declaradas patrimonio mundial en 2017.

Este es un lugar para pasear: el vecindario histórico Città Alta es una maraña de calles medievales protegidas por cinco kilómetros de murallas venecianas. La calle principal está repleta de charcuterías y bares, y un funicular conecta el extremo oeste de la ciudad alta con el pintoresco barrio de San Vigilio, con vistas espléndidas.

La torre dei Campanone, en la ciudad italiana de Bérgamo.
La torre dei Campanone, en la ciudad italiana de Bérgamo.Alamy Stock Photo

En el centro de todo se encuentra la Piazza Vecchia, rodeada de cafés y de elegantes edificios, que es el resumen de la historia de Bérgamo. De ella, el arquitecto Le Corbusier dijo que era la plaza más bonita de Europa. Aquí están el Palazzo Nuovo, el Palazzo della Ragione y la torre dei Campanone, que anunciaba, en otro tiempo, la hora de cierre de las puertas de la ciudad. Muy cerca está la Piazza del Duomo, donde destaca la basílica de Santa María. Este es un complejo de ábsides romá­nicos con frescos, iniciados en 1137, a los que se añadieron toques góti­cos y la renacentista Cappella Colleoni, que es el mausoleo del famoso comandante Barto­lomeo Colleoni (1696-1770). Este militar, tras destruir un ábside completo de la basílica, encargó al arquitecto e ingeniero Giovanni Antonio Amadeo que erigiera su tumba, hoy considerada obra maestra del arte lombardo.

Como Venecia, Bérgamo tiene una gran academia de arte: la Accademia Carrara. Su edificio, de estilo neoclásico, es uno de lo grandes espacios artísticos de Italia y, a la vez, es escuela y museo. Un académico local, el conde Giacomo Carrara (1714-1796), reunió la impresionante colección de 1.800 cuadros del Renacimiento que hoy se puede visitar en su museo.